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Sevilla era una ciudad cosmopolita por su carácter comercial y -como toda ciudad cosmopolita- caótica en cierto modo. En ella el hampa se podía mover con cierta facilidad. Otro aspecto de esta Sevilla era la religiosidad, a la que también se alude en la novela que nos ocupa. La doctrina de la Inmaculada Concepción fue acogida en ella con mucho fervor. Así, sabemos que Pedro de Castro, Arzobispo de Sevilla, afectado de este fervor y adoración mariana, ordenaba en 1610 el cierre de los burdeles sevillanos en los días consagrados a la Virgen, al tiempo que recomendaba a las muchachas llamadas María que no trabajasen en ellos. Si bien es cierto que esto ocurría años después de la composición de Rinconete y Cortadillo, no es menos cierto que el ambiente fervoroso ya existía allí, y así lo demuestra un diálogo entre los truhanes en el que uno de ellos manifiesta que "...ni tenemos conversación con mujer que se llame María el día del sábado". Por otra parte hay testimonios de la existencia en Sevilla, ya en aquel tiempo, de cofradías que realizaban procesiones o sacaban pasos con motivo de festividades religiosas. Este fervor sevillano por la Virgen y las procesiones ha sido tan fuerte que se ha prolongado hasta nuestros días.
Los personajes y la sociedad
En cuanto a los personajes y comenzando por los dos centrales, Rinconete y Cortadillo, hay que señalar que no son sino una repetición del mismo tipo.
Ambos han salido de su casa por amor al dinero, pero también vagan con ansias de libertad e independencia. Éstas parecen ser las causas de que abandonen el hogar, en el que, a excepción de Cortadillo, no hay muchos problemas. La miseria, pues, no aparece aquí como la causa de su vagar.
No se descarta la existencia de auténticas cofradías del hampa en aquella época; una especie de "mafia" del siglo XVII. En cualquier caso, es patente que se cometían robos, asesinatos y venganzas por encargo y, muy posiblemente, ello fuera producto de ese amor al dinero característico del momento. El hampa estaba organizada, y no sólo organizada y con santo patrón, sino que, además, tenía hasta su propio lenguaje: las germanías, jerga utilizada por los rufianes de aquel tiempo.
Cabe destacar el fuerte espíritu religioso de la época del que, no sabemos si con ironía, Cervantes hace partícipes a sus personajes. El sentimiento religioso en España estaba muy acentuado: hay que tener en cuenta que se vivía la Contrarreforma. Tal espíritu se da también en los personajes del hampa de la obra; así, vemos como éstos cumplen "piadosamente" con los preceptos religiosos: rezan el rosario, no roban (es decir, "guardan") los viernes, sienten devoción por las imágenes, dan misas por los difuntos... Esta piedad que muestran los hampones puede que no sea sino un recurso utilizado por Cervantes para satirizar a la alta sociedad, muy preocupada por su imagen exterior pero, en realidad, carente de escrúpulos; un mundo dónde tiene más valor la apariencia que la propia realidad. Posiblemente nos encontremos ante una crítica del autor a las fórmulas y ceremonias vacías que con tanta profusión se daba en aquel tiempo, tal vez como consecuencia de las influencias erasmistas que pueden advertirse en Cervantes.
La sociedad que forman los malhechores es una imagen deformada de la sociedad "respetable"; tiene sus leyes, su código de honor, etc., lo que viene a confirmar que sólo se vivía de acuerdo con la forma externa, máxime si tenemos en cuenta que son las clases más elevadas las que encargan al hampa los trabajos sucios.
Valga como ejemplo el caballero que paga a la cofradía por una puñalada de "catorce puntos" a dar a la persona por él señalada.
No menos significativo para demostrar la degeneración y corrupción de la época es el caso del alguacil, funcionario de la justicia que a cambio de dinero hace la vista gorda a las actividades de los delincuentes.
En conclusión, podemos afirmar que el pícaro es un personaje que encuentra un caldo de cultivo muy apropiado para su proliferación en la España de fines del siglo XVI y todo el XVII, en los que la decadencia moral y económica, unida al espíritu contrarreformista, producen una sociedad muy preocupada por la forma exterior y el espiritualismo pero que en la práctica muestra un crudo materialismo.
La ejemplaridad de la novela, por otra parte tan puesta en duda, podría encontrarse en este sentido, y se resumiría en el famoso refrán de "a Dios rogando y con el mazo dando".
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