El sueño de muchas latinas, de puta a musa! 
justamente fue lo que leí de Coelho y me bastó para despreciar su letratura belletrística.
Siempre doy un respingo cuando leo que una magnífica virtual con postgrau considera a coelho y cuauthemoc sus grandes mentores literarios
Ahora noto que no soy el único:
...
Los libros más recientes de Coelho, por ejemplo el último, Once minutos
 (2003), son un poco menos rudimentarios que aquellos primeros títulos 
que lo lanzaron a la fama. En este caso la trama, nutrida por algunos 
elementos realistas (para esta novela Coelho usó el testimonio de 
prostitutas existentes), es menos infantil, menos predecible. En todo 
caso es posible que el inevitable desencanto que viene con los años haya
 hecho que este último libro de Coelho sea menos ingenuo. Pero el buen 
gusto estético e intelectual es muy difícil de adquirir, y por lo mismo Once minutos
 (el cálculo de Coelho de lo que dura un coito), aunque menos 
esquemático, es un libro incluso más cursi que los anteriores. No quiero
 afirmar nada que no pueda demostrar con citas textuales. ¿Cuántos 
ejemplos necesitan para convencerse de la irremediable cursilería de Once minutos?
 Podría usar un número mágico, de esos que les encantan a los autores de
 cuentos infantiles, siete, o tres. Para no exagerar, me voy a limitar a
 tres momentos:
1. La protagonista (prostituta brasileña
 que trabaja en Suiza, y la sola situación es ya de un sentimentalismo 
telenovelesco), se encuentra con un pintor joven que la invita a su 
casa. Ella observa que la casa es grande y está vacía. Entonces 
concluye: “Debía de tener dinero de verdad. Si estuviese casado no 
osaría hacer aquello porque siempre había gente mirando. Entonces era 
rico y soltero”.
2. En el final feliz de la novela este 
mismo pintor se le aparece a la muchacha con flores: “Ralf llevaba un 
ramo de rosas, y los ojos llenos de luz que ella había visto el primer 
día, cuando la pintaba”.
El rico y soltero que en la última 
página se aparece con un ramo de rosas y se lleva a la muchacha a 
conocer París es una situación tan perfectamente cursi que, por kitsch, 
creo que ni Corín Tellado se atrevería a ponerla en una fotonovela. Pero
 al promediar el libro hay otro momento todavía peor:
3. La prostituta le hace un regalo al 
pintor del que se empieza a enamorar. Abre el bolso y busca su 
bolígrafo. Dice: “Tiene un poco de mi sudor, de mi concentración, de mi 
voluntad, y ahora te lo entrego. (…) Tú tienes mi tesoro: el bolígrafo 
con el que he escrito algunos de mis sueños”.
Fuera de la ridiculez de la frase, que 
es única, hay algo todavía más perturbador: al leerla uno se imagina que
 el autor está copiando aquí su propia vida.
 Me parece ver la escena; el
 multimillonario que ha vendido 54 millones de ejemplares con tantas 
revelaciones de su estro poético, le muestra a una muchacha el objeto 
mágico (y fálico) con que la va a conquistar. Le dice, pensando ya en el
 colchón de la suite que los espera: “Te entrego mi tesoro: el bolígrafo
 con el que he escrito algunos de mis sueños”. Debe tener un bolígrafo 
para cada día, cada hotel y cada viaje. 
Y algo más triste: seguramente 
algunas víctimas, igual que miles de lectores, se dejarán conquistar con
 semejante frase y semejante halago. Claro que esto último es lo único 
que no puedo demostrar de todo lo que he dicho sobre Coelho en este 
artículo. Esta última situación tan sólo la supongo y es sólo una 
hipótesis sin fundamento, producto de una mente malpensada; todo lo 
demás lo he tomado directamente de sus libros.


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