La motivación básica es clara: la inocencia es el bien más puro y su polución es la más denigrante de las heridas, no tanto para el inocente sino para su progenitor. En nuestro primer film de la noche, la venganza se vuelve en contra del vengador cuando éste comprueba que la chica en la que invirtió años para corromper es su propia hija. El segundo film presenta una variación, que aumenta la maldad de la mente pergeñadora: un hombre es incentivado para relacionarse con una joven que resulta ser su hija.
"¡Cómo es posible que los hombres sensatos puedan llegar a la absurdidad de creer que el goce de su madre, de su hermana o de su hija pueda ser delito!"
se preguntaba el Marqués de Sade en "La Philosophie dans le boudoir" (La Filosofía del Tocador, París-1795) [1]. Desde Edipo y Yocasta hasta "Cien Años de Soledad" de García Márquez, el tema del incesto ha permanecido como tabú, como incidente destinado a ser guardado como secreto. Aún así, se trate de la sociedad americana o de la coreana, es un hecho condenado y que acarrea odio y marginación del entorno social. ¿Bajo que óptica se puede observar a un padre que, en el caso que sea consentido, mantiene relaciones íntimas con su propia hija? ¿Es esa una barrera entre civilización y algo más bajo o bien, algo superior que nos parece una bajeza? En cualquier caso, los malvados de nuestras películas utilizan a las hijas de sus adversarios para infringir un daño de una profundidad que les sería inalcanzable, de agredir directamente a sus odiados enemigos.
Y respecto de la reflexión que usualmente cierra cada díptico, volvamos a Sade, que bien pudo ser un loco o un incomprendido:
"En el mundo sólo la piedad y la beneficencia son peligrosas; la bondad siempre es una debilidad a la que la ingratitud y la impertinencia de los débiles obligan a arrepentirse a la gente honesta. Que un buen observador se preocupe en calcular todos los peligros de la piedad y que luego los compare con los de una dureza de ánimo sostenida, y verá que los primeros son mayores"