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Uno de sus libros más destacados, ‘Libro de maravillas’, se convirtió en el gran poema de la posguerra. Estellés lo escribió entre los años 1956 y 1958 y a través de sus versos recrea los primeros años de la dictadura. Es un gran canto a Valencia y los pueblos de la Huerta en un contexto extremadamente difícil. Para hacerlo, tomó objetos, personajes y rincones de la realidad tangible para convertirlos en un artefacto poético poderoso y efectivo. El poeta utilizaría este método a lo largo de su obra: recreaba su mundo más cotidiano, sin renunciar a los aspectos más vulgares, hacía una crónica social e inventariaba los personajes y acontecimientos, que iban siempre de la mano de sus autores predilectos.
UN AMOR, UNAS CALLES (poema)
“Todo retorna, agrupándose, y es una sola historia, un amor, un destino: perdura sin nombres, solo los nombres de unas calles, el amor, el único amor. Unas amadas calles, allá por Quart de fora, las barandillas del río, los bancos de la Alameda, aquellos besos frenéticos a la puerta de casa, una lenta tristeza que te recorría el cuerpo, o una alegría invicta, una delicia efímera que ahora regresa intacta... Todo retorna, agrupándose; es ya una sola historia, un amor, un destino. Calles de Sant Vicent, de la Mar, de la Pau, aquellas noches de invierno, aquellas noches de verano. Los amores hacen el amor, las historias la historia.
He aquí una vida. Las palabras terribles, las palabras amables que ya no dice nadie, que no sé quien dijo, que regresan anónimas, y me ofrecen un sentido. Todo lo recuerdo, lo evoco. Aquellas manos encendidas, a
veces crueles, otras veces tiernas; los momentos de estupor, o aquellos momentos con el fulgor de los homicidios, y una sangre inocente entre unos muslos largos... Todos los amores, el amor; el amor, toda la vida. Yo no sé si está claro; para mí sí lo está. Miro, desde el balcón, la calle solitaria. Luego acudirán las parejas, en cuanto caiga el día. Caminaran lentamente, diciéndose cosas temblorosas. Siempre vuelve la vida, si alguna vez se ha ido. No estoy muy seguro; yo creo que no se va. O creo que siempre regresa. Me gusta, desde casa, tras los
cristales, contemplar la calle”.
La pobreza subía lentamente por la escalera. Oscuramente jadeaba en todos los descansillos. Evocaba otros días; vagamente evocaba unos días dónde todavía existía la esperanza y la conformidad y el único deseo de vivir. Tocaba las paredes, las palpaba con tristeza, una larga tristeza, larga
como la noche, y seguía subiendo la miserable escalera. Un día llegaría, quizás, a la terraza: si Dios quiere, aquel día será un día feliz.
“Tal como regresan los amores, y son el amor, y hacen único el amor, la vida, se marchan nuevamente, se nos van de las manos y vaciamente nos dejan con las manos abiertas sobre el delantal, ahora que ya tenías
sobre la mesa el vaso de agua clara en el plato a flores, ahora que no querías ni hablar ni evocar: contemplar solamente la vieja y alta imagen en un silencio denso y poblado de recuerdos. Aquello que un día fue retorna, inesperado, llenándote el corazón de alegría, llenándote el corazón de prisas, llenándote la escalera otra vez de risas, subiendo los escalones, tan vivo, de dos en dos. Se vuelve a marchar después, cuando ya no lo esperabas, cuando tú, en la pobre cocina, preparas unas cosas para hacer la estancia amable: unos dulces, el agua clara... Se te llena el comedor nuevamente de penumbras. Miras por la ventana. Ves las lentas parejas. Aquella noche no cenas y lloras en la cama, no puedes cerrar los ojos, miras en la oscuridad. Ves el espejo del armario, tan largo como un ataúd. Estás al pie de tu cama, de pie, grave o solemne. ¡Y serías tan feliz, tan feliz, aquel día, con tu mano dentro de una mano, paseando! No vuelven los recuerdos de los frenéticos momentos que te dejaban la ropa o las piernas tan sucias. Sólo evocas esto: una mano en una mano, una palabra amable, no gentil, sólo amable, un lento deambular por unas calles desconocidas que por su nombre evocas, por todos sus balcones.”
LA ESTAMPITA (poema)
Te casaste de luto, tal como de luto recibiste, en el pueblo, la primera Comunión. De luto siempre, el luto sobre tu cuerpo en los días solemnes. Siempre de luto, las piernas largas de adolescente que crecía deprisa y sin vitaminas, aquellas piernas largas y casi sin gracia, aquellas piernas tristes, el estirón de la guerra que te hizo mujer antes de la primera sangre. Aquellas piernas que tú no sabías como colocar, que sin tí parecía que crecían. ¡Triste, triste Valencia, y qué amarga posguerra! Nos llenaron d’espadas la sintaxis, de arcángeles duramente inmutables a la puerta de los cines, mientras reivindicaban praderas de Garcilaso, mármoles asexuados, velando siempre, velando, velando siempre las armas y velando la retórica, cargamentos de azúcar que desaparecían de la noche de la mañana, si te vi no me acuerdo, los camiones siniestros que transportaban estraperlo. El hombre palpaba un cuerpo adolescente, mientras ella se zampaba un pastel sin participar en aquello que le sucedía ferozmente a su cuerpo.
También, ver películas, o mejor soñar: El Coliseo, el Metropol, el Tyris... “echan dos”. El Goya... ¡Qué ansia de ver películas! seguían la historia con toda atención mientras las manos iban palpando los lugares
secretos. ¡Oh Súnion! La pantalla ofrecía una Súnion de una sal exaltada, de vida y libertad, de posibilidades luminosas de vivir. “No se había apuntado nunca a ningun partido. Él, de casa al trabajo, y de el trabajo a casa. Una noche, en la guerra, lo sacaron de casa y lo mataron en Bétera, cerca de los hornos de la cal. Los muertos todos llenos de moscas a orilla de las carreteras...” “No hizo nada, no hizo
nada, y él salvó a muchos”. De luto siempre, de luto de por vida.
NO ESCRIBO ÉGLOGAS (poema original)
No había en València dos piernas como las tuyas. Dulcemente las recuerdo, con los ojos llenos de lágrimas, con una telaraña de lágrimas en los ojos. ¿Dónde estás? ¿Dónde están tus piernas tan adorables? Recorro la Alameda, aquellos lugares familiares. Cruzo las noches. Evoco las barandillas del río. Un cadáver verdoso. Un cadáver fosfórico. El espectro de Francisco de la Torre, quizás. No había en València dos piernas como las tuyas. Largamente escribiría sobre tus piernas. Como si anduvieses por el agua, entre una agua invisible, entre una agua clarísima, venías por la calle. La carne graciosa y fresca como un cántaro de Serra. Y yo te evoco erguida sobre tus piernas. Cargaban los hombres los ventrudos camiones. Venían autobuses de Gandia y Paterna. Salían voces del bares, el olor de aceite frito. Tú venías solemne sobre tus piernas. ¡Oh la solemnidad de tu carne tierna, de tu cuerpo adorable sobre las largas piernas! Calle abajo, venías entre los solares, los gritos, los niños que jugaban al salir de la escuela, la mujer recogía la ropa en la azotea, el hombre recomponía lentamente un reloj mientras un amigo hablaba de sus años de prisión por cosas de la guerra, tú venías solemne, con más solemnidad que el crepúsculo, o con una dignidad que el crepúsculo recibía solamente de tí. Toda la majestad amada del crepúsculo. No había en València dos piernas como las tuyas, con la viva alegría de la virginidad. Siempre venías, nunca llegabas del todo, y yo te quería así, y yo lo quería así: Nací para esperarte, para ver cómo venías. Inútilmente recorro los crepúsculos, las noches. Veo los hombres que cargan lentamente camiones. Veo los bares, el aceite frito, las parejas de amantes. Yo recuerdo unas piernas, tus piernas desnudas, tus largas piernas llenas de dignidad. No había en València dos piernas como las tuyas. Un cadáver verdoso, un cadáver fosfórico va tocando las aldabas, va preguntando por tí. Se despierta Ausiàs March en el vaso del carnero. No sé nada de tí. Han pasado siglos, días. Inútilmente recorro València. No escribo Églogas.
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