Encerrado con el general Stroop
[...] Cara a cara con el genocida, Moczarski odia, naturalmente, a Stroop, pero se esfuerza por controlar ese sentimiento -aunque a menudo le desborda una ácida y feroz ironía- para tirarle de la lengua. Además, la lógica carcelaria obliga en ocasiones a un inevitable compañerismo y la convivencia es a veces sorprendentemente armónica. Intercambian recuerdos, sueños, hablan de coches o de mujeres. "Un general alemán jamás pellizca el culo a una chica", zanja Stroop.
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