LOBO de CRIN o BOROCHI (Chrysocyon brachyurus)

Cánido de las pampas. Los guaraníes lo llaman aguará guasú ("zorro grande")
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A MIS LECTORAS... y al resto

“Amigos lectores que leerán este libro blog, | despójense de toda pasión | y no se escandalicen al leerlo |
no contiene mal ni corrupción; | es verdad que no encontrarán nada de perfección |
salvo en materia de reír; |
mi corazón no puede elegir otro sujeto | a la vista de la pena que los mina y los consume. |
Vale mejor tratar de reír que derramar lágrimas, | porque la risa es lo propio y noble del alma. Sean felices!
--François Rabelais (circa 1534) [english]

sábado, 13 de agosto de 2011

De la prisión de Los Toribios

Fuente
En El Mundo Alucinante (1) Reinaldo Arenas se propone reescribir un momento de la historia americana siguiendo un documento (es decir, un texto) previo: las Memorias (2) de Fray Servando Teresa de Mier (1763-1827), dominico mexicano que sufrió una vida de persecuciones y aventuras inverosímiles, por haber afirmado en un célebre sermón que la Virgen de Guadalupe, sustento teológico de la autoridad colonial en la Nueva España, había aparecido en México en tiempos precolombinos. Capítulo XXIV: De la prisión de Los Toribios
El encadenamiento del fraile, uno de los momentos cumbres de la novela desde el punto de vista del manejo del lenguaje y del humor. El padre Mier cuenta que fue encarcelado en Los Toribios, donde se le pusieron grillos. 
"Yo tomaba todo esto con la zumba que merecía a los ojos de un filósofo que se halla entre hotentotes" (Mem, 408), dice Mier. Cuando corre el rumor de que Mier estaría pensando en escapar, se sellan las ventanas de su celda y se le ponen grillos adicionales. Sin embargo, logra desmoronar una pared y abandona la prisión en 1804. Se marcha para Cádiz pero es descubierto y llevado de nuevo a Los Toribios. "Se me recibió en un encierro y se me plantó un par de grillos, amén del grillete en la barra de hierro"; se le priva de todas sus pertenencias y se refuerzan los tormentos. Pero, como es de esperar, el padre Mier logra escapar de nuevo con otros prisioneros y se embarca para Portugal.
En el hipertexto este episodio, común en la vida del padre Mier, se convierte en un capítulo alucinante. Servando es llevado a Los Toribios y encadenado:
Del cuello le amarraron una cadena gruesa: la cadena madre y central, que le daba después dos vueltas a la cintura, le amarraba los pies y volvía a rematar en el mismo sitio del cuello. Esta cadena pasaba a su vez por dos puntales de hierro, que escoltaban al fraile en forma de guardacantones, y estos puntales se adherían a un barrote, que se sembraba en el suelo. De modo que el fraile tenía que permanecer acostado, sin poderse levantar nunca. Otra cadena de menor grosor, se ataba a la cadena central por la cintura del fraile, le daba muchas vueltas y luego salía, en línea recta, rumbo a la cabeza, donde le bordeaba la frente como una diadema, y bajaba hasta los pies, rodeándolos de acero; de modo que el fraile no podía mover la cabeza ni a un lado ni a otro (EMA, 205).
Siguen más cadenas, que inmovilizan por completo a Servando, atándole las rodillas, la nariz, las orejas, y una "salía a bordear dos de los colmillos del fraile, se intercalaba entre todos sus dientes, aprisionaba la lengua por siete partes distintas y remataba en la campanilla, en la cual hacía un nudo". Las cadenas forman trenzas sobre el cuerpo de Servando "y no se veían sus carnes por ningún sitio". Y ahí no se detienen:
Pero las cadenas salían rectas hasta los escasos cabellos del penado, y allí se ramificaban en miles de cadenitas, casi invisibles, que tenían por función aprisionar cada folículo del pelo del condenado; de manera que el presidiario permanecía atado hasta por el cabello, y esto le daba una apariencia sobrenatural y terrible, que asustaba hasta a los propios carceleros.
Más cadenas le aprisionan los testículos, los dedos de manos y pies, uno a uno, y otras minicadenas "tenían por función atar las pestañas y luego cada pelo de las cejas y, luego, muy unidas, iban a rematar, amarrándose a los vellos de la nariz, ya encadenada". Al final Servando termina convertido en una bola de hierro, y para alimentarlo le lanzaban la sopa donde los carceleros pensaban que había quedado la boca, "de modo que la sopa que le servían un lunes (siempre por la tarde) humedecía su rostro el sábado ya bien de mañana". Y barcos cargados de cadenas llegaban a la prisión para sumar ataduras a las ataduras y nudos a los nudos. Pero,
No obstante los rigores de ese encadenamiento, algo había fallado en toda aquella ceremonia infernal. Algo hacía que la prisión siempre fuera imperfecta, algo se estrellaba contra aquella red de cadenas y las hacía resultar mezquinas e inútiles. Incapaces de aprisionar... Y es que el pensamiento del fraile era libre. Y, saltando las cadenas, salía, breve y sin traba, fuera de las paredes, y no dejaba ni un momento de maquinar escapes y de planear venganzas y liberaciones .
Nunca se sintió más libre Servando que cuando estuvo sumergido bajo esa montaña de cadenas:
Y de no haber sido por aquellas odiosas cadenas que le apretaban las comisuras de los labios [...] se hubiera visto dentro de aquella armazón, semejante a un pájaro fantástico, la sonrisa de Servando, tranquila, agitada por una especie de ternura imperturbable.
Los carceleros comienzan a temer, pues se dice que Servando tiene pactos con el diablo. Se suman más cadenas, con lo que la cárcel se desvencija con el peso, todo se viene abajo, y Servando, como una gran bola de hierro, cae encima de los carceleros y rueda por media España, asolando pueblos, mientras las cadenas se aflojan. Así cae al mar, libre, después de haber destruido varias ciudades.
[...]
No llevaba yo más que las vestimentas que me cubrían muy malamente, pues al salir de Aragón para Navarra fui completamente desvalijado. Allí pude ver las extravagancias despóticas y ruinosas de España, pues hacen unos registros más rigurosos, del dinero y de todo lo que uno lleva, que el que se practica en las fronteras. Aunque todo mi equipaje se reducía a un saquillo de ropa, que desparramaron los guardias por el suelo, y a ocho duros, que llevaba registrados y que ellos se embolsillaron: pasaron también con una lezna el fondo de mi breviario, por si llevaba algún oro; luego me hicieron desnudar y levantar los brazos, y uno de los guardias me fue levantando todos los pelos de la cabeza y del cuerpo para ver si allí escondía yo alguna riqueza. Las uñas de los pies me fueron levantadas, y me hicieron abrir la boca en tal forma que temí que se me desprendiesen las quijadas; todo eso por ver si debajo de la lengua ocultaba algún valor. Y como yo tenía aún una pierna un poco hinchada por tantas caminatas y huidas, los muy viles pensaron que era un truco para ocultar allí algunas monedas, y uno de los guardias dio orden de que con un punzón me dieran varios pinchazos, para ver que guardaba yo dentro de aquella hinchazón [...] Todo eso lo sufrí callado; pero cuando no pude dejar de protestar fue cuando me ordenaron que me acostara boca abajo, y uno del regimiento, con un alambre en forma de garabato, trató de introducírmelo por donde ya se supone, diciendo que había que registrarlo todo. Pero la protesta fue inútil...

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